Le embriagó el perfume de aquella flor. Mientras la olía se dejaba transportar a aquellos tiernos momentos de su niñez.
Mamá aún era joven y recordaba el aroma de aquellos rosales como la bendición mas grande de tenerla cerca, a mi lado.
Ella era eterna, joven , guapa y feliz. Recuerdo como se juntaba la comisura de sus labios hacia arriba, formado la sonrisa mas bonita que he visto jamás.
A ella le daban vida sus plantas, sus flores y a mi me daba vida ella. Cada tarde a la misma hora iba a supervisar y cuidar a sus " pequeños tesoros", esos que ella así llamaba.
Les hablaba con ternura, retiraba sus hojas secas y podaba las que tenían poca fuerza para que éstas crecieran con fuerza y hermosas.
Yo, la observaba detrás del cristal de mi habitación. Me hacía sentir segura el verla cuidar de esos seres tan naturales. Una vez que hacía su repaso diario con la jardinería me llamaba para la hora de la merienda: pan y chocolate o bocata de atún.
Esas meriendas sabían a gloria, a charla, risas y buena conversación. Mamá era muy buena oradora, de esas que te venden un paraguas en el desierto o un abanico en Moscú... pero lo mejor de ella era escucharla hablar de papá.
Le adoraba, hablaba de él con respeto, cariño y mucha ilusión. Se amaban con la mirada y eso eran capaz de transmitir a todos los ámbitos de su vida.
Aquella tarde, como todas las tardes desde que mama faltó, papá entregaba una rosa cortada de su rosal aquella mujer que lo miraba con ternura sin saber muy bien porqué... sus palabras se habían olvidado y parte de sus recuerdos también, pero el abrazo que le proporcionaba mi padre, la devolvía a la calidez de aquellas palabras ausentes y a
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